Cuidado con Carter

Cuidado con Carter

jueves, 11 de diciembre de 2014

MUSICA DE PADRE



 

 Están emitiendo estos días en La 2, de lunes a jueves a las 20:00 horas, un programa magnífico que se llama Música Ligerísima. Pretende ser un recorrido en ocho programas (termina la semana que viene) por la música pop española hecha entre 1968 y 1978. Tiene un enfoque documental y no se parece al conocido "Cachitos" de la misma cadena, ya que no tiene el tono anecdótico, kitsch y de humor de éste, pero está muy bien hecho, con entrevistas interesantes y un guión y selección musicales excelentes.

 Estaba el martes viendo el programa cuando me acordé de mi padre. Estoy seguro de que le hubiera encantado. Salían un montón de artistas y grupos que le gustaban y que yo conocía de escucharlos en su coche. Puede que esto sea una de las cosas que más echo de menos de él. Ir en el coche los dos solos, escuchando música, sin hablar apenas, nada más que algún comentario suyo breve y conciso, cortito y al pie por utilizar un símil futbolístico, seguramente aconsejándome sobre algún tema o directamente echándome una bronca merecida por algo que había hecho mal. También podría ser alguna broma, uno no era tan malo como para estar recibiendo broncas todos los días.

 Y ahora estoy de nuevo recordando toda aquella música, aquella que me encantaba hasta los 12 o 13 años, cuando la edad del pavo llegó para no irse totalmente; cuando las hormonas pedían algo más fuerte, más cañero. De Springsteen a AC/DC, de Sex Pistols al Thrash Metal. Y así pasó aquella música a ser considerada Música de Padre. Y el adolescente insoportable pasó a ponerse unos auriculares por los que salían guitarrazos a todo volumen, que le aislaban de su familia y del mundo mientras duraban los viajes. Pasaron los años, el adolescente creció, se calmó (poco) y las hormonas se marcharon (aunque puede que no del todo) y volvió a escuchar esa Música de Padre.

 Bien es verdad que a mi padre le gustaba más la música clásica que el pop, algo que en mi caso es al contrario. Siguen siendo muy comentados en mi casa aquellos despertares de los sábados y los domingos con alguna ópera de María Callas o Pavarotti o algún concierto de Von Karajan o Bernstein atronando por los altavoces del equipo del salón mientras yo intentaba dormir tan a gusto con mi resaca de la noche anterior. Porque no podía ponerse los cascos, no. La gracia era despertarme con Rigoletto, Tosca o alguna sinfonía de Beethoven a todo trapo. Era su manera de decirme "cógete las cogorzas que quieras pero mientras vivas en mi casa te aguantas". Despertarse resacoso después de dormir cuatro o cinco horas con Carmina Burana o la Marcha Radetzki no es lo mejor del mundo, pero nada comparado con Mocedades.

 Desde los 22 hasta los 32 años estuve trabajando con mi padre en su empresa. Todos los días un trayecto en su coche de una media hora de ida y otra de vuelta si el tráfico iba bien. Con esas edades, ganando un sueldo decente, viviendo en casa y con amigos en situación similar lo raro era no quedar a tomar una caña. Y quien dice una dice unas cuantas. Cualquier excusa era buena, desde un partido de Champions hasta el aniversario de la coronación del rey Harald de Noruega. Y mi padre nunca me dijo nada. Lo único que repetía como un mantra era "me parece muy bien que salgas entre semana, pero si estás para el cachondeo estás para el trabajo". Eso era lo único. Y luego me ponía a Mocedades. Despertador a las 6.30, ducha y al coche. Entre cuatro y cinco horas de sueño un miércoles, medio acarajado y nada más subir al coche, Mocedades. "Anoche muy bien pero ahora te vas a cagar", debía de pensar mi santo padre.Si, si, reíros, pero no sabéis lo que es eso. Esas vocecillas empastadas perforando tus tímpanos, esas melodías dulzonas derritiendo tu perjudicado y escaso cerebro. Desde luego que mi padre sabía de qué iba la vaina.

 Con los años he sabido valorar a Mocedades, no al nivel de algunos que los llaman "los The Mamas & The Papas españoles", pero sí lo suficiente como para considerarles un gran grupo vocal. Pero eso sí, nada comparado con los dos monstruos a los que admiraré siempre gracias a mi padre: Julio Iglesias y Neil Diamond. Jamás podré escuchar una sola canción suya sin acordarme de él. Imposible. Los llevo escuchando toda la vida. En cassette, en vinilo, en CD. Son parte de mi vida. A Julio no voy a descubrirlo ahora. Simplente pongo ésta canción que, además de ser su favorita, en muchos aspectos me recuerda a él.



  Con Neil Diamond la cosa cambia. Neil es un titán. Llevo escuchándolo desde niño y es de lo poco de la Música de Padre que nunca dejé de escuchar. Me encanta su voz, me encantan sus letras, me encanta su música. Es de ésos cantantes que transmiten seguridad y presencia, melodía y sensibilidad sin caer en la afectación o la sobreactuación. De ésos que te dicen que no hay que preocuparse, hombre, que todo va a ir bien. De ésos que te crees. Aquí, en este paraíso de la cultura musical que es España, sólo se le conoce por Sweet Caroline, la canción de esa peliculita sensiblera que es Beautiful Girls. Sí, habéis leído bien, he dicho peliculita sensiblera. Que a vosotros os encante y la tengáis como icono generacional no va a cambiar mi opinión. Por películas como esa estamos los de mediana edad como estamos. Sólo se salva ya sabéis quién. Exacto, Natalie.

 Pero volvamos con Neil. Ya hemos hablado de su gran éxito, pero tiene otros muchos y bastante mejores en mi opinión. Como dato decir que es el tercer artista cuyas canciones han permanecido mayor número de semanas acumuladas en las listas norteamericanas por detrás de Barbra Streisand y Elton John. Es autor de canciones que han sido éxito en manos de otros intérpretes, desde los Monkees y los Hollies hasta UB40 y Deep Purple (!). Igual os suena ésta:



 O igual ésta otra:





   Así que resulta que conoces más canciones de Neil Diamond además de Sweet Caroline, eh? Si te ha gustado dejo aquí un Grandes Exitos por si te ves con tiempo y ganas.



  Y para no dar más la vara dejo mi tema favorito, el tema que mi padre tarareaba, no cantaba, porque como buen español de su época, él de inglés lo justito. Es escucharlo y volver a ese coche con destino a cualquier parte, a Bilbao, a Sagunto, a Jaén, a Murcia. Ni qué decir tiene que está entre mis diez canciones favoritas de todos los tiempos.



  La otra gran pasión musical de mi padre eran las bandas sonoras. Le encantaban. Daba igual el tipo de película que fuera, si le gustaba la banda sonora ya tenía mucho ganado. La Misión, El Ultimo Mohicano, El Padrino, El Puente sobre el río Kwai, Platoon, El Ultimo Emperador (por Dios, El Ultimo Emperador, que era un pestiño más largo que un domingo en Londres), le daba igual. De John Williams, de Ennio Morricone, de Bernard Herrman... No sé la cantidad de recopilatorios de bandas sonoras que debe haber por casa. Pero si hay dos temas que realmente le gustaban son éstos dos. El primero es de una película del Oeste, probablemente su género favorito. Echo de menos el ritual de sentarnos juntos en el salón después de comer los sábados o los domingos para ver el western de turno. Sentarnos los dos solos, claro, a ver quién era el guapo que le decía a mi madre y a mi hermana que se tragaran La Diligencia, Fort Apache, Centauros del Desierto o El Hombre que mató a Liberty Valance. Esta canción pertenece a La Leyenda de la Ciudad Sin Nombre (cuyo título en castellano, por una vez, supera al original Paint your wagon). La canta uno de los protagonistas de la película, el gran Lee Marvin (otro era un joven Clint Eastwood, que también canta un par de temas en la BSO). Otro gran clásico de tarareo paterno y desesperación de mi hermana cada vez que sonaba en el coche.



   La otra joya cinéfilo-musical pertenece a La Lista de Schindler. Poco que decir. Si acaso lo que dice un chico en los comentarios del vídeo de Youtube: si no has llorado alguna vez con ésto no eres humano.

 

  Papá, allá donde estés muchas gracias por todo. Y gracias por las películas y por la música. Hasta por Mocedades.

jueves, 4 de diciembre de 2014

¡¡¡QUE VIENE LA PREYSLER!!!





 En mi vida laboral he tenido trabajos de lo más variopinto. La única característica común entre todos ellos es que eran de cara al público, en el departamento comercial e incluso en el de compras, lo que te obliga a tratar con mucha gente tanto por teléfono como en persona. Eso es algo que mucha gente detesta pero que a mí me encanta. Desarrollas un instinto y una psicología de andar por casa que además de enriquecedora es muy útil. Y además te proporciona un montón de anécdotas e historias que van desde la comedia y el esperpento al miedo y el surrealismo, como ésta que nos ocupa.

 Después de un final abrupto y triste en la empresa donde estuve más de diez años, encontré un nuevo trabajo en una clínica oftalmológica. Si, no es coña, en una clínica oftalmológica. Básicamente me tenía que encargar de la administración, de cobrar a los pacientes, de darles información (escrita) sobre pre y post operatorios y demás. También era un poco "chico para todo" y lo mismo cambiaba bombillas que acompañaba a señoras medio ciegas a coger un taxi. Puede parecer que era un curro de tocárselos a dos manos y ser invencible al solitario y al buscaminas, pero nada de eso. Había mucho movimiento y no tenía casi tiempo ni de echar un mísero pitillo. Eso sí, los viernes por la mañana no había pacientes, se desayunaban bollos en condiciones y a las 2 a casita.

 Pero lo mejor de todo eran los famosos. Resulta que el doctor era el oftalmólogo de los vips. Actores, cantantes, escritores, periodistas, ex deportistas y faranduleros en general. No voy a poner nombres por si aparece por aquí la Agencia de Protección de Datos y me empapela, pero os diré que el que mejor me cayó y el más normal (casi todos lo eran salvo alguna excepción) fue José Coronado. El caso es que el buen doctor, además de oftalmólogo de cabecera, era íntimo de la familia Preysler. Conocí a Doña Beatriz, la madre, un encanto de señora que cada vez que venía traía regalos para el personal, y a Tamara, que además de hablar en un idioma parecido al castellano, o sea, y de haber sufrido una revelación mariana que ni Pitita Ridruejo, tiene unas piernas dignas de desfile de Victoria's Secret. Voto SI.

 En fin, que vamos al asunto. Andaba yo cobrando a algún pobre cegato al que habían sacado la pasta (no los ojos, que el doctor era realmente bueno) cuando veo que me llama el doctor in person. "Santi, deja todo lo que estés haciendo y prepárate que viene Isabel Preysler". Coño! Atiza!! La Preysler!! "Sal a la puerta y mira a ver si hay periodistas o fotógrafos. Y me dices lo que haya". Pues allá que te va Santi tan contento, no porque venga la Preysler, sino porque con la excusa de vigilar la puerta se puede echar un cigarrito. Salgo. Enciendo un pitillo. Hago un barrido de la calle con la mirada. Nada sospechoso. Empiezo a mirar a la gente como si fuera Jason Bourne. La mochila de ese coletas parece sospechosa, puede que lleve una cámara. ¿Es un micro eso que lleva esa rubia de los vaqueros ajustados? Ah, no. Es un paraguas plegable. Y todo así en ese plan. Me termino el pitillo y llamo al doctor. "Doctor, todo despejado". Al loro con el flipe que llevaba. Solo me faltó decirle "no hay moros en la costa". ¿Qué iba a decirle cuando llegara ella? ¿El pájaro está en el nido? ¿El águila ha aterrizado?

 No pasan ni cinco minutos cuando suena el timbre. Le digo a mi compañera Patricia, la de recepción, que abro yo. Allá que me voy ajustándome la corbata como si fuera Alessandra Ambrosio o Lily Aldridge la que fuera a entrar. Y no. Ni la Preysler, ni Alessandra ni Lily. Un informático (porque no podía ser otra cosa que informático) con estrabismo. Joder. Falsa alarma. Pues me fumo otro piti y así compruebo que sigue despejado de periodistas y fotógrafos. Nada más encender el Camel se pone a llover. Pero con ganas. Yo estoy a cubierto bajo el saliente del edificio, pero la gente empieza a correr. En esto me da por pensar que quién cojones en su sano juicio, por muy periodista que sea, va a seguir a la Preysler al oftalmólogo mientras cae la mundial.

 Vuelvo a entrar. Vuelven a pasar cinco minutos. Vuelven a llamar al timbre. Vuelvo a abrir. La Preysler. Lo primero que dice tras un "Hola" más frío que el campo de Getafe es que "me había dicho (nombre de pila del doctor) que no había periodistas y está la calle llena". No puede ser. Que no. Que no, coño! Que acabo de entrar y no había nadie! Ni repartidores de panfletos, ni hombres cartel de Compro Oro, ni turistas con bolsas. Ni siquiera los plastas de Acnur. Todo esto lo pensé pero no lo dije, claro. De hecho no pude decir nada. Balbuceé algo incoherente, como ese del anuncio del seguro, y le dije que el doctor la estaba esperando. Mientras se dirgía a la consulta (no voy a describir ahora cómo era el edificio, pero el resto de pacientes no la vio), salí a la puerta a ver si era verdad lo de los periodistas. Y lo era a medias. En la calle, que no he dicho que era peatonal, había dos fulanos empuñando unas cámaras junto a dos bicis. Y seguía cayendo más agua que en Vigo en un año.

 Me vuelvo a mi mesa dándole vueltas al coco cuando me llama La Jefa. Casualmente es la mujer del doctor. Casualmente antes era enfermera de la clínica. Casualmente es una hija de puta bruja. "Santi, para qué cojones (literal, era así de fina) le dices al doctor que no había periodistas?? Está contenta la Preysler!! Luego hablamos". Ah no. Por ahí no paso. Gordo, vale. Calvo, también. Fumador, correcto. Pero mentiroso, no. Ya lo puede decir la Preysler o el Papa Ratzinger. Esto no va a quedar así. Así que salgo a la entrada y los dos tipos empiezan a hacerme fotos. Al ver que no sólo no soy la Preysler sino que soy un gordo que llena el objetivo, dejan de disparar la cámara y me miran con cara de pez. Se me acerca uno y me dice: "oye, está la Preysler dentro, verdad?" "No no, aquí no hay nadie, sólo un paciente, un informático bizco", dije yo arrepintiéndome, porque me habían dejado muy claro que no se dice bizco, sino estrábico. "No pasa nada, hombre. Si nos ha llamado ella. Tú te crees que con la que está cayendo vamos a seguirla en bici?? Si venimos así es porque nos ha llamado ella diciéndonos dónde venía y como la calle es peatonal hemos venido en bici". Gilipollas, le faltó decir. Tócate los cojones Mariloles.

 Pasada una hora, en la que estuve jurando una venganza secreta, llama el doctor. "Siguen los fotógrafos fuera?". Si, dije sin molestarme en asomarme para comprobarlo, ahí siguen. "Bueno, pues bajamos ahora por la escalera interior y salimos por la puerta de atrás. Ve llamando al chófer de la señora para que entre por la calle de atrás y esté preparado". Llamo al chófer. Ok. Bajan el doctor, la hija de puta su mujer y la Preysler, que me dice "siguen ahí, verdad? Cómo son, ni lloviendo descansan! No te preocupes que no ha sido culpa tuya. Discúlpame por mis modales de antes, pero es que me alteran" Ole. Ole, ole y ole. Ahora entiendo por qué es la Reina. Palo y zanahoria. Clase y cinismo. Cera y jabón.

 Abrimos la puerta de atrás, el doctor me da un paraguas, lo abro, la Preysler me coge del brazo y como si fuera un gigoló la llevé hasta el coche. A todo esto los fotógrafos estaban en la acera de enfrente dándole a la cámara como yo al pinball en los billares del al lado de mi colegio. Ella entró elegantemente en un Audi A6 y yo entré en la clínica esperando una bronca. Nada más cerrar la puerta me dice el doctor "estupendo Santi, has estado genial. Muy bien tapada la cara con el paraguas. Y tranquilo que ya sé que a los fotógrafos los ha llamado ella, siempre lo hace. Mañana nos vemos". Tardé en reaccionar, pero estuve a décimas de segundo de ponerme como Sergio Ramos después de marcar en la final de Champions en la cara de la hija de puta mujer del doctor. Chúpate esa, Jefa.

 La semana siguiente esperé a que llegara el correo con todas las revistas que iban a la sala de espera. Me las leí todas, del Hola al Pronto, y allí no había ni rastro de la Preysler. Normal, pensé, no van a sacar a la Preysler con el calvo gordo ese, que a saber quién es. Pero luego dije: qué coño! la tapé tan de puta madre que no se le veía el careto!!

 Así que salí a la entrada, me encendí un pitillo y me puse en el iPod esta canción que el artista español más grande le dedicó a la Preysler.



 No te jode, la China!!

miércoles, 26 de noviembre de 2014

APPLE, NUEVAS TECNOLOGIAS Y YO





 Mi amiga Ana, que además de guapa e inteligente tiene ese punto necesario de mala leche, me recordó el otro día una historia que me pasó en la tienda de Apple de la Puerta del Sol. A Ana, que es más joven que este casi cuarentañero que escribe, le parece algo del pleistoceno que servidor escuche música en un iPod y no en un flamante iPhone o smartphone al uso; por no hablar de una tablet o de cualquier servicio de esos de música on line, léase Spotify, Grooveshark o similar.
 Pues querida Ana, da gracias que tengo siquiera un iPod. Soy un tío demócrata y creo en la separación de poderes. Así que un teléfono móvil es eso, un teléfono. Por muy smart que sea. Se usa para llamar, recibir llamadas o en su defecto para chatear con gente. Incluso para ver el correo o las redes sociales. La música, como los libros, me gusta llevarlos aparte. Durante años he usado todos los tipos de reproductores musicales portátiles que la tecnología ha tenido a bien crear: walkmans de casette cada vez más finos, discmans con baterías integradas e incluso un MiniDisc. Un maldito MiniDisc. Creo que fuimos pocos los cretinos que nos compramos uno. Y en este punto es cuando salieron los primeros reproductores mp3.
  Como gran usuario del transporte público, la idea de ir escuchando música en un reproductor enano era la panacea. El súmmum. El no va más. Toda la música que quisiera en un espacio mínimo. Bastaba con pasar toda mi discoteca al ordenador y de ahí al aparatito. Ya estaba salivando solo de pensar en los modelos que Sony, Aiwa o Panasonic iban a sacar al mercado. Y aquí fue cuando se torció todo. La empresa de la manzanita, que diseña en California pero fabrica en China (dato éste que me provoca entre hilaridad y estupefacción) sacó un aparato que se hizo de golpe y porrazo con todo el mercado de los mp3. El iPod.
 Allá por 2008 mis amigos decidieron que la mejor manera para levantarme el ánimo en uno de los peores momentos de mi vida era hacerme una fiesta de cumpleaños sorpresa. A fe que lo consiguieron. Sigue siendo uno de los mejores días de mi vida, aunque el regalo que me hicieron entre todos iba a tener los efectos de un kilo de farlopa en un adicto: un iPod. Lo pruebas y estás perdido. Te esclaviza, juega contigo, quieres huir y no puedes. Demasiado tarde, amigo.
 Este verano, a finales de julio, me disponía a cargar mi artefacto diabólico con una serie de playlist creadas ad hoc para las vacaciones. Un trabajo titánico de casi un mes, seleccionando canción a canción, para pasar un verano musical en condiciones. Sobre todo teniendo en cuenta la diarrea musical que iba a escuchar en los locales playeros. Todo estaba preparado. Un solo clic en el ratón y se haría la magia. Pero no. iTunes, el programa que gestiona el iPod, me informaba de que había ocurrido un error y que nones. Tras varios intentos en vano y después jurar en arameo, cagarme en la memoria de Steve Jobs y romper un par de cosas que tenía a mano, el Servicio Técnico de Apple me invita a acudir a su flamante tienda de la Puerta del Sol para intentar reparar el cacharrito. Y aquí se desató la ira de Satán contra Apple.
 Después de llegar a la tienda y ser recibido por un anoréxico con piercing, me hacen esperar apoyado en una columna hasta que aparezca el Genius. El Genius. No el técnico o el especialista o el asesor o incluso el chico, no. El. Puto.Genius.  "Joder", pensé, "el Genius me va a dejar el iPod a estrenar, como el aeropuerto de Castellón". Media hora después aparece un chico rubio, con gafas, un ojo en Madrid y el otro en Ferrol y que se afeitó aquella mañana por primera vez. "Hola, soy (lo siento imberbe, olvidé tu nombre) y soy tu Genius, dime cual es el problema". "Tu", pensé al instante, "mi problema eres tu".
 Tras cinco minutos de explicación, Genius me pone mala cara, aunque intenta disimular. "Es un problema de hardware", me dice tan tranquilo, "se ha debido de romper algo dentro". Mira Genius, el aparato funcionaba estupendamente (mentira, dije cojonudamente o incluso de puta madre, pero aquí quiero escribir fino) hasta un minuto antes de pasar las canciones del iTunes al iPod. No me puedes decir que es un fallo físico, porque se ha averiado al sincronizar; así que es un fallo de software. Tengo actualizadas todas las versiones de software tanto de iTunes como de iPod, así que tu me dirás. Y lo que me dijo después de pensárselo mucho y dudar un momento fue: bueno, es que en realidad este ES UN MODELO VINTAGE. Con dos cojones. Y continúa: "al ser un modelo vintage, ya no tenemos los posibles recambios que necesite. Ni se fabrican ya ni tenemos en stock. Lo que podemos hacer es un descuento de un 10% en la compra de uno nuevo".
 Vamos a ver hijo de puta (hala, mi propósito al carajo), a ver si me aclaro. Primero me dices que el problema es el hardware y ambos sabemos que es mentira. Después me dices que puede ser el software y de nuevo ambos sabemos que es mentira. Y ahora me dices que un modelo de hace 6 años no solo está obsoleto sino que además es vintage. Sé que todos los aparatos tienen un tiempo de vida, desde las lavadoras hasta los iPod. Unos duran más y otros menos, pero a todos les llega su hora. Lo que más me jodió del asunto no era que se estropeara el cacharrito, lo que me jodió de verdad es que me quisieran tomar por gilipollas. El iPod no se ha roto solo, me lo habéis roto vosotros al sincronizar. Es un modelo que quieres quitar del mercado como sea y colocar uno nuevo con un "descuento". Una cosa de hace seis años no es "vintage". Las gafas de soltera de mi madre que llevan algunas hipsters si son vintage, un iPod de hace seis años, no. La mayor empresa tecnológica del mundo no le puede decir a un cliente que no tiene recambios para un aparato fabricado por ellos hace seis años. La planta de diseño de California puede que no, pero en la fábrica de China seguro que saco piezas para exportar.
 Así que eso es lo que hice. No tuve que irme a China, sino a un chino que arregla teléfonos al lado de casa de mi amigo Antonio. Pagué 20 euros y va el iPod como un tiro. El chino casi no habla castellano y no me supo decir si el problema era de hardware, de software o de geniusware, pero el cacharro funciona.
 Ayer abrí una caja en la que tengo varios walkmans, discmans y el MiniDisc. Por curiosidad estuve probándolos a ver si seguían funcionando. Hasta el más viejo, que debe tener 30 años, sonaba como un Bang & Olufsen.
 Me cago en Apple, en los Genius y en el mundo moderno

lunes, 17 de noviembre de 2014

20 AÑOS Y UN DIA

 Hoy hace veinte años y un día que me compré el Definitely Maybe, primer disco de Oasis. Madre mía, Oasis. Qué rancio suena ahora, ¿verdad?
 La fecha es tan precisa porque, extraño en mí, el disco tiene un papelito donde apunté la fecha de compra. Nunca (o eso creía hasta hoy) lo había hecho. Prefiero dejar que sea mi memoria la que se encargue de esas cosas. Probablemente, si me hubieran preguntado la semana pasada hubiera contestado que me lo compré en otoño de 1994, al poco de salir el disco, pero no sería capaz de decir la fecha exacta. 20 años y un día. Parece una condena. Y en muchos aspectos lo es, aunque no por la calidad del disco, ni mucho menos. Me sigue pareciendo un disco monumental que no ha perdido un ápice ni de fuerza ni de frescura, más allá de las vicisitudes de los hermanos Gallagher en años posteriores.

 Así que me he puesto el disco después de verlo accidentalmente en la estantería, sacarlo por curiosidad y ver el papelito. Llevaba años sin escucharlo más allá de alguna canción suelta en algún bar, alguna tienda, algún taxi. Ni siquiera lo llevo en el iPod. Y lo he estado escuchando con el papelito en la mano, recordando dónde estaba yo por aquél entonces, cómo era, cómo vivía y qué queda ahora de todo aquello. Es algo curioso que he detectado en mucha gente de mi generación, el hecho de realizar ejercicios de nostalgia casi con cualquier excusa. Desconozco cuáles pueden ser los motivos, pero es algo que me llama mucho la atención. Ultimamente no hago más que ver libros, webs, perfiles en redes sociales, programas de televisión, dedicados a recordar todo tipo de cosas de nuestra infancia/adolescencia. Cosas de la "generación EGB". De hecho he bautizado este blog con una frase de una serie mítica de aquellos años. Ya digo que es un fenómeno que me tiene intrigado. Quizá es que fuimos bastante felices y lo que ha venido después ha sido una decepción. Quizá es que no todo es como nos prometieron o nos pensábamos que sería. Quizá es que lo de ahora es simplemente una mierda. Definitely Maybe.

 El caso es que escuchando el disco ha sido inevitable hacer ese ejercicio de nostalgia. Las propias canciones me han ido llevando por los meandros de mi memoria y el resultado no ha podido ser más desolador. Porque veinte años y un día después al final uno no ha sido una Rock and Roll Star. Y ni ella ni yo hemos vivido para siempre. Y no hemos acabado casados con hijos. Aunque volviendo a aquél otoño del 94 hay que reconocer que como cantaban en Digsy's dinner "estos pueden ser los mejores días de nuestra vida". Y lo fueron. Porque fuimos "supersónicos" y llegamos a subir al cielo. Todo aquello queda ya muy lejos, pero siempre nos quedarán los discos, los amigos, la nostalgia, cigarrillos y alcohol.