Cuidado con Carter

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miércoles, 26 de noviembre de 2014

APPLE, NUEVAS TECNOLOGIAS Y YO





 Mi amiga Ana, que además de guapa e inteligente tiene ese punto necesario de mala leche, me recordó el otro día una historia que me pasó en la tienda de Apple de la Puerta del Sol. A Ana, que es más joven que este casi cuarentañero que escribe, le parece algo del pleistoceno que servidor escuche música en un iPod y no en un flamante iPhone o smartphone al uso; por no hablar de una tablet o de cualquier servicio de esos de música on line, léase Spotify, Grooveshark o similar.
 Pues querida Ana, da gracias que tengo siquiera un iPod. Soy un tío demócrata y creo en la separación de poderes. Así que un teléfono móvil es eso, un teléfono. Por muy smart que sea. Se usa para llamar, recibir llamadas o en su defecto para chatear con gente. Incluso para ver el correo o las redes sociales. La música, como los libros, me gusta llevarlos aparte. Durante años he usado todos los tipos de reproductores musicales portátiles que la tecnología ha tenido a bien crear: walkmans de casette cada vez más finos, discmans con baterías integradas e incluso un MiniDisc. Un maldito MiniDisc. Creo que fuimos pocos los cretinos que nos compramos uno. Y en este punto es cuando salieron los primeros reproductores mp3.
  Como gran usuario del transporte público, la idea de ir escuchando música en un reproductor enano era la panacea. El súmmum. El no va más. Toda la música que quisiera en un espacio mínimo. Bastaba con pasar toda mi discoteca al ordenador y de ahí al aparatito. Ya estaba salivando solo de pensar en los modelos que Sony, Aiwa o Panasonic iban a sacar al mercado. Y aquí fue cuando se torció todo. La empresa de la manzanita, que diseña en California pero fabrica en China (dato éste que me provoca entre hilaridad y estupefacción) sacó un aparato que se hizo de golpe y porrazo con todo el mercado de los mp3. El iPod.
 Allá por 2008 mis amigos decidieron que la mejor manera para levantarme el ánimo en uno de los peores momentos de mi vida era hacerme una fiesta de cumpleaños sorpresa. A fe que lo consiguieron. Sigue siendo uno de los mejores días de mi vida, aunque el regalo que me hicieron entre todos iba a tener los efectos de un kilo de farlopa en un adicto: un iPod. Lo pruebas y estás perdido. Te esclaviza, juega contigo, quieres huir y no puedes. Demasiado tarde, amigo.
 Este verano, a finales de julio, me disponía a cargar mi artefacto diabólico con una serie de playlist creadas ad hoc para las vacaciones. Un trabajo titánico de casi un mes, seleccionando canción a canción, para pasar un verano musical en condiciones. Sobre todo teniendo en cuenta la diarrea musical que iba a escuchar en los locales playeros. Todo estaba preparado. Un solo clic en el ratón y se haría la magia. Pero no. iTunes, el programa que gestiona el iPod, me informaba de que había ocurrido un error y que nones. Tras varios intentos en vano y después jurar en arameo, cagarme en la memoria de Steve Jobs y romper un par de cosas que tenía a mano, el Servicio Técnico de Apple me invita a acudir a su flamante tienda de la Puerta del Sol para intentar reparar el cacharrito. Y aquí se desató la ira de Satán contra Apple.
 Después de llegar a la tienda y ser recibido por un anoréxico con piercing, me hacen esperar apoyado en una columna hasta que aparezca el Genius. El Genius. No el técnico o el especialista o el asesor o incluso el chico, no. El. Puto.Genius.  "Joder", pensé, "el Genius me va a dejar el iPod a estrenar, como el aeropuerto de Castellón". Media hora después aparece un chico rubio, con gafas, un ojo en Madrid y el otro en Ferrol y que se afeitó aquella mañana por primera vez. "Hola, soy (lo siento imberbe, olvidé tu nombre) y soy tu Genius, dime cual es el problema". "Tu", pensé al instante, "mi problema eres tu".
 Tras cinco minutos de explicación, Genius me pone mala cara, aunque intenta disimular. "Es un problema de hardware", me dice tan tranquilo, "se ha debido de romper algo dentro". Mira Genius, el aparato funcionaba estupendamente (mentira, dije cojonudamente o incluso de puta madre, pero aquí quiero escribir fino) hasta un minuto antes de pasar las canciones del iTunes al iPod. No me puedes decir que es un fallo físico, porque se ha averiado al sincronizar; así que es un fallo de software. Tengo actualizadas todas las versiones de software tanto de iTunes como de iPod, así que tu me dirás. Y lo que me dijo después de pensárselo mucho y dudar un momento fue: bueno, es que en realidad este ES UN MODELO VINTAGE. Con dos cojones. Y continúa: "al ser un modelo vintage, ya no tenemos los posibles recambios que necesite. Ni se fabrican ya ni tenemos en stock. Lo que podemos hacer es un descuento de un 10% en la compra de uno nuevo".
 Vamos a ver hijo de puta (hala, mi propósito al carajo), a ver si me aclaro. Primero me dices que el problema es el hardware y ambos sabemos que es mentira. Después me dices que puede ser el software y de nuevo ambos sabemos que es mentira. Y ahora me dices que un modelo de hace 6 años no solo está obsoleto sino que además es vintage. Sé que todos los aparatos tienen un tiempo de vida, desde las lavadoras hasta los iPod. Unos duran más y otros menos, pero a todos les llega su hora. Lo que más me jodió del asunto no era que se estropeara el cacharrito, lo que me jodió de verdad es que me quisieran tomar por gilipollas. El iPod no se ha roto solo, me lo habéis roto vosotros al sincronizar. Es un modelo que quieres quitar del mercado como sea y colocar uno nuevo con un "descuento". Una cosa de hace seis años no es "vintage". Las gafas de soltera de mi madre que llevan algunas hipsters si son vintage, un iPod de hace seis años, no. La mayor empresa tecnológica del mundo no le puede decir a un cliente que no tiene recambios para un aparato fabricado por ellos hace seis años. La planta de diseño de California puede que no, pero en la fábrica de China seguro que saco piezas para exportar.
 Así que eso es lo que hice. No tuve que irme a China, sino a un chino que arregla teléfonos al lado de casa de mi amigo Antonio. Pagué 20 euros y va el iPod como un tiro. El chino casi no habla castellano y no me supo decir si el problema era de hardware, de software o de geniusware, pero el cacharro funciona.
 Ayer abrí una caja en la que tengo varios walkmans, discmans y el MiniDisc. Por curiosidad estuve probándolos a ver si seguían funcionando. Hasta el más viejo, que debe tener 30 años, sonaba como un Bang & Olufsen.
 Me cago en Apple, en los Genius y en el mundo moderno