Cuidado con Carter

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jueves, 11 de diciembre de 2014

MUSICA DE PADRE



 

 Están emitiendo estos días en La 2, de lunes a jueves a las 20:00 horas, un programa magnífico que se llama Música Ligerísima. Pretende ser un recorrido en ocho programas (termina la semana que viene) por la música pop española hecha entre 1968 y 1978. Tiene un enfoque documental y no se parece al conocido "Cachitos" de la misma cadena, ya que no tiene el tono anecdótico, kitsch y de humor de éste, pero está muy bien hecho, con entrevistas interesantes y un guión y selección musicales excelentes.

 Estaba el martes viendo el programa cuando me acordé de mi padre. Estoy seguro de que le hubiera encantado. Salían un montón de artistas y grupos que le gustaban y que yo conocía de escucharlos en su coche. Puede que esto sea una de las cosas que más echo de menos de él. Ir en el coche los dos solos, escuchando música, sin hablar apenas, nada más que algún comentario suyo breve y conciso, cortito y al pie por utilizar un símil futbolístico, seguramente aconsejándome sobre algún tema o directamente echándome una bronca merecida por algo que había hecho mal. También podría ser alguna broma, uno no era tan malo como para estar recibiendo broncas todos los días.

 Y ahora estoy de nuevo recordando toda aquella música, aquella que me encantaba hasta los 12 o 13 años, cuando la edad del pavo llegó para no irse totalmente; cuando las hormonas pedían algo más fuerte, más cañero. De Springsteen a AC/DC, de Sex Pistols al Thrash Metal. Y así pasó aquella música a ser considerada Música de Padre. Y el adolescente insoportable pasó a ponerse unos auriculares por los que salían guitarrazos a todo volumen, que le aislaban de su familia y del mundo mientras duraban los viajes. Pasaron los años, el adolescente creció, se calmó (poco) y las hormonas se marcharon (aunque puede que no del todo) y volvió a escuchar esa Música de Padre.

 Bien es verdad que a mi padre le gustaba más la música clásica que el pop, algo que en mi caso es al contrario. Siguen siendo muy comentados en mi casa aquellos despertares de los sábados y los domingos con alguna ópera de María Callas o Pavarotti o algún concierto de Von Karajan o Bernstein atronando por los altavoces del equipo del salón mientras yo intentaba dormir tan a gusto con mi resaca de la noche anterior. Porque no podía ponerse los cascos, no. La gracia era despertarme con Rigoletto, Tosca o alguna sinfonía de Beethoven a todo trapo. Era su manera de decirme "cógete las cogorzas que quieras pero mientras vivas en mi casa te aguantas". Despertarse resacoso después de dormir cuatro o cinco horas con Carmina Burana o la Marcha Radetzki no es lo mejor del mundo, pero nada comparado con Mocedades.

 Desde los 22 hasta los 32 años estuve trabajando con mi padre en su empresa. Todos los días un trayecto en su coche de una media hora de ida y otra de vuelta si el tráfico iba bien. Con esas edades, ganando un sueldo decente, viviendo en casa y con amigos en situación similar lo raro era no quedar a tomar una caña. Y quien dice una dice unas cuantas. Cualquier excusa era buena, desde un partido de Champions hasta el aniversario de la coronación del rey Harald de Noruega. Y mi padre nunca me dijo nada. Lo único que repetía como un mantra era "me parece muy bien que salgas entre semana, pero si estás para el cachondeo estás para el trabajo". Eso era lo único. Y luego me ponía a Mocedades. Despertador a las 6.30, ducha y al coche. Entre cuatro y cinco horas de sueño un miércoles, medio acarajado y nada más subir al coche, Mocedades. "Anoche muy bien pero ahora te vas a cagar", debía de pensar mi santo padre.Si, si, reíros, pero no sabéis lo que es eso. Esas vocecillas empastadas perforando tus tímpanos, esas melodías dulzonas derritiendo tu perjudicado y escaso cerebro. Desde luego que mi padre sabía de qué iba la vaina.

 Con los años he sabido valorar a Mocedades, no al nivel de algunos que los llaman "los The Mamas & The Papas españoles", pero sí lo suficiente como para considerarles un gran grupo vocal. Pero eso sí, nada comparado con los dos monstruos a los que admiraré siempre gracias a mi padre: Julio Iglesias y Neil Diamond. Jamás podré escuchar una sola canción suya sin acordarme de él. Imposible. Los llevo escuchando toda la vida. En cassette, en vinilo, en CD. Son parte de mi vida. A Julio no voy a descubrirlo ahora. Simplente pongo ésta canción que, además de ser su favorita, en muchos aspectos me recuerda a él.



  Con Neil Diamond la cosa cambia. Neil es un titán. Llevo escuchándolo desde niño y es de lo poco de la Música de Padre que nunca dejé de escuchar. Me encanta su voz, me encantan sus letras, me encanta su música. Es de ésos cantantes que transmiten seguridad y presencia, melodía y sensibilidad sin caer en la afectación o la sobreactuación. De ésos que te dicen que no hay que preocuparse, hombre, que todo va a ir bien. De ésos que te crees. Aquí, en este paraíso de la cultura musical que es España, sólo se le conoce por Sweet Caroline, la canción de esa peliculita sensiblera que es Beautiful Girls. Sí, habéis leído bien, he dicho peliculita sensiblera. Que a vosotros os encante y la tengáis como icono generacional no va a cambiar mi opinión. Por películas como esa estamos los de mediana edad como estamos. Sólo se salva ya sabéis quién. Exacto, Natalie.

 Pero volvamos con Neil. Ya hemos hablado de su gran éxito, pero tiene otros muchos y bastante mejores en mi opinión. Como dato decir que es el tercer artista cuyas canciones han permanecido mayor número de semanas acumuladas en las listas norteamericanas por detrás de Barbra Streisand y Elton John. Es autor de canciones que han sido éxito en manos de otros intérpretes, desde los Monkees y los Hollies hasta UB40 y Deep Purple (!). Igual os suena ésta:



 O igual ésta otra:





   Así que resulta que conoces más canciones de Neil Diamond además de Sweet Caroline, eh? Si te ha gustado dejo aquí un Grandes Exitos por si te ves con tiempo y ganas.



  Y para no dar más la vara dejo mi tema favorito, el tema que mi padre tarareaba, no cantaba, porque como buen español de su época, él de inglés lo justito. Es escucharlo y volver a ese coche con destino a cualquier parte, a Bilbao, a Sagunto, a Jaén, a Murcia. Ni qué decir tiene que está entre mis diez canciones favoritas de todos los tiempos.



  La otra gran pasión musical de mi padre eran las bandas sonoras. Le encantaban. Daba igual el tipo de película que fuera, si le gustaba la banda sonora ya tenía mucho ganado. La Misión, El Ultimo Mohicano, El Padrino, El Puente sobre el río Kwai, Platoon, El Ultimo Emperador (por Dios, El Ultimo Emperador, que era un pestiño más largo que un domingo en Londres), le daba igual. De John Williams, de Ennio Morricone, de Bernard Herrman... No sé la cantidad de recopilatorios de bandas sonoras que debe haber por casa. Pero si hay dos temas que realmente le gustaban son éstos dos. El primero es de una película del Oeste, probablemente su género favorito. Echo de menos el ritual de sentarnos juntos en el salón después de comer los sábados o los domingos para ver el western de turno. Sentarnos los dos solos, claro, a ver quién era el guapo que le decía a mi madre y a mi hermana que se tragaran La Diligencia, Fort Apache, Centauros del Desierto o El Hombre que mató a Liberty Valance. Esta canción pertenece a La Leyenda de la Ciudad Sin Nombre (cuyo título en castellano, por una vez, supera al original Paint your wagon). La canta uno de los protagonistas de la película, el gran Lee Marvin (otro era un joven Clint Eastwood, que también canta un par de temas en la BSO). Otro gran clásico de tarareo paterno y desesperación de mi hermana cada vez que sonaba en el coche.



   La otra joya cinéfilo-musical pertenece a La Lista de Schindler. Poco que decir. Si acaso lo que dice un chico en los comentarios del vídeo de Youtube: si no has llorado alguna vez con ésto no eres humano.

 

  Papá, allá donde estés muchas gracias por todo. Y gracias por las películas y por la música. Hasta por Mocedades.

jueves, 4 de diciembre de 2014

¡¡¡QUE VIENE LA PREYSLER!!!





 En mi vida laboral he tenido trabajos de lo más variopinto. La única característica común entre todos ellos es que eran de cara al público, en el departamento comercial e incluso en el de compras, lo que te obliga a tratar con mucha gente tanto por teléfono como en persona. Eso es algo que mucha gente detesta pero que a mí me encanta. Desarrollas un instinto y una psicología de andar por casa que además de enriquecedora es muy útil. Y además te proporciona un montón de anécdotas e historias que van desde la comedia y el esperpento al miedo y el surrealismo, como ésta que nos ocupa.

 Después de un final abrupto y triste en la empresa donde estuve más de diez años, encontré un nuevo trabajo en una clínica oftalmológica. Si, no es coña, en una clínica oftalmológica. Básicamente me tenía que encargar de la administración, de cobrar a los pacientes, de darles información (escrita) sobre pre y post operatorios y demás. También era un poco "chico para todo" y lo mismo cambiaba bombillas que acompañaba a señoras medio ciegas a coger un taxi. Puede parecer que era un curro de tocárselos a dos manos y ser invencible al solitario y al buscaminas, pero nada de eso. Había mucho movimiento y no tenía casi tiempo ni de echar un mísero pitillo. Eso sí, los viernes por la mañana no había pacientes, se desayunaban bollos en condiciones y a las 2 a casita.

 Pero lo mejor de todo eran los famosos. Resulta que el doctor era el oftalmólogo de los vips. Actores, cantantes, escritores, periodistas, ex deportistas y faranduleros en general. No voy a poner nombres por si aparece por aquí la Agencia de Protección de Datos y me empapela, pero os diré que el que mejor me cayó y el más normal (casi todos lo eran salvo alguna excepción) fue José Coronado. El caso es que el buen doctor, además de oftalmólogo de cabecera, era íntimo de la familia Preysler. Conocí a Doña Beatriz, la madre, un encanto de señora que cada vez que venía traía regalos para el personal, y a Tamara, que además de hablar en un idioma parecido al castellano, o sea, y de haber sufrido una revelación mariana que ni Pitita Ridruejo, tiene unas piernas dignas de desfile de Victoria's Secret. Voto SI.

 En fin, que vamos al asunto. Andaba yo cobrando a algún pobre cegato al que habían sacado la pasta (no los ojos, que el doctor era realmente bueno) cuando veo que me llama el doctor in person. "Santi, deja todo lo que estés haciendo y prepárate que viene Isabel Preysler". Coño! Atiza!! La Preysler!! "Sal a la puerta y mira a ver si hay periodistas o fotógrafos. Y me dices lo que haya". Pues allá que te va Santi tan contento, no porque venga la Preysler, sino porque con la excusa de vigilar la puerta se puede echar un cigarrito. Salgo. Enciendo un pitillo. Hago un barrido de la calle con la mirada. Nada sospechoso. Empiezo a mirar a la gente como si fuera Jason Bourne. La mochila de ese coletas parece sospechosa, puede que lleve una cámara. ¿Es un micro eso que lleva esa rubia de los vaqueros ajustados? Ah, no. Es un paraguas plegable. Y todo así en ese plan. Me termino el pitillo y llamo al doctor. "Doctor, todo despejado". Al loro con el flipe que llevaba. Solo me faltó decirle "no hay moros en la costa". ¿Qué iba a decirle cuando llegara ella? ¿El pájaro está en el nido? ¿El águila ha aterrizado?

 No pasan ni cinco minutos cuando suena el timbre. Le digo a mi compañera Patricia, la de recepción, que abro yo. Allá que me voy ajustándome la corbata como si fuera Alessandra Ambrosio o Lily Aldridge la que fuera a entrar. Y no. Ni la Preysler, ni Alessandra ni Lily. Un informático (porque no podía ser otra cosa que informático) con estrabismo. Joder. Falsa alarma. Pues me fumo otro piti y así compruebo que sigue despejado de periodistas y fotógrafos. Nada más encender el Camel se pone a llover. Pero con ganas. Yo estoy a cubierto bajo el saliente del edificio, pero la gente empieza a correr. En esto me da por pensar que quién cojones en su sano juicio, por muy periodista que sea, va a seguir a la Preysler al oftalmólogo mientras cae la mundial.

 Vuelvo a entrar. Vuelven a pasar cinco minutos. Vuelven a llamar al timbre. Vuelvo a abrir. La Preysler. Lo primero que dice tras un "Hola" más frío que el campo de Getafe es que "me había dicho (nombre de pila del doctor) que no había periodistas y está la calle llena". No puede ser. Que no. Que no, coño! Que acabo de entrar y no había nadie! Ni repartidores de panfletos, ni hombres cartel de Compro Oro, ni turistas con bolsas. Ni siquiera los plastas de Acnur. Todo esto lo pensé pero no lo dije, claro. De hecho no pude decir nada. Balbuceé algo incoherente, como ese del anuncio del seguro, y le dije que el doctor la estaba esperando. Mientras se dirgía a la consulta (no voy a describir ahora cómo era el edificio, pero el resto de pacientes no la vio), salí a la puerta a ver si era verdad lo de los periodistas. Y lo era a medias. En la calle, que no he dicho que era peatonal, había dos fulanos empuñando unas cámaras junto a dos bicis. Y seguía cayendo más agua que en Vigo en un año.

 Me vuelvo a mi mesa dándole vueltas al coco cuando me llama La Jefa. Casualmente es la mujer del doctor. Casualmente antes era enfermera de la clínica. Casualmente es una hija de puta bruja. "Santi, para qué cojones (literal, era así de fina) le dices al doctor que no había periodistas?? Está contenta la Preysler!! Luego hablamos". Ah no. Por ahí no paso. Gordo, vale. Calvo, también. Fumador, correcto. Pero mentiroso, no. Ya lo puede decir la Preysler o el Papa Ratzinger. Esto no va a quedar así. Así que salgo a la entrada y los dos tipos empiezan a hacerme fotos. Al ver que no sólo no soy la Preysler sino que soy un gordo que llena el objetivo, dejan de disparar la cámara y me miran con cara de pez. Se me acerca uno y me dice: "oye, está la Preysler dentro, verdad?" "No no, aquí no hay nadie, sólo un paciente, un informático bizco", dije yo arrepintiéndome, porque me habían dejado muy claro que no se dice bizco, sino estrábico. "No pasa nada, hombre. Si nos ha llamado ella. Tú te crees que con la que está cayendo vamos a seguirla en bici?? Si venimos así es porque nos ha llamado ella diciéndonos dónde venía y como la calle es peatonal hemos venido en bici". Gilipollas, le faltó decir. Tócate los cojones Mariloles.

 Pasada una hora, en la que estuve jurando una venganza secreta, llama el doctor. "Siguen los fotógrafos fuera?". Si, dije sin molestarme en asomarme para comprobarlo, ahí siguen. "Bueno, pues bajamos ahora por la escalera interior y salimos por la puerta de atrás. Ve llamando al chófer de la señora para que entre por la calle de atrás y esté preparado". Llamo al chófer. Ok. Bajan el doctor, la hija de puta su mujer y la Preysler, que me dice "siguen ahí, verdad? Cómo son, ni lloviendo descansan! No te preocupes que no ha sido culpa tuya. Discúlpame por mis modales de antes, pero es que me alteran" Ole. Ole, ole y ole. Ahora entiendo por qué es la Reina. Palo y zanahoria. Clase y cinismo. Cera y jabón.

 Abrimos la puerta de atrás, el doctor me da un paraguas, lo abro, la Preysler me coge del brazo y como si fuera un gigoló la llevé hasta el coche. A todo esto los fotógrafos estaban en la acera de enfrente dándole a la cámara como yo al pinball en los billares del al lado de mi colegio. Ella entró elegantemente en un Audi A6 y yo entré en la clínica esperando una bronca. Nada más cerrar la puerta me dice el doctor "estupendo Santi, has estado genial. Muy bien tapada la cara con el paraguas. Y tranquilo que ya sé que a los fotógrafos los ha llamado ella, siempre lo hace. Mañana nos vemos". Tardé en reaccionar, pero estuve a décimas de segundo de ponerme como Sergio Ramos después de marcar en la final de Champions en la cara de la hija de puta mujer del doctor. Chúpate esa, Jefa.

 La semana siguiente esperé a que llegara el correo con todas las revistas que iban a la sala de espera. Me las leí todas, del Hola al Pronto, y allí no había ni rastro de la Preysler. Normal, pensé, no van a sacar a la Preysler con el calvo gordo ese, que a saber quién es. Pero luego dije: qué coño! la tapé tan de puta madre que no se le veía el careto!!

 Así que salí a la entrada, me encendí un pitillo y me puse en el iPod esta canción que el artista español más grande le dedicó a la Preysler.



 No te jode, la China!!