En mi vida laboral he tenido trabajos de lo más variopinto. La única característica común entre todos ellos es que eran de cara al público, en el departamento comercial e incluso en el de compras, lo que te obliga a tratar con mucha gente tanto por teléfono como en persona. Eso es algo que mucha gente detesta pero que a mí me encanta. Desarrollas un instinto y una psicología de andar por casa que además de enriquecedora es muy útil. Y además te proporciona un montón de anécdotas e historias que van desde la comedia y el esperpento al miedo y el surrealismo, como ésta que nos ocupa.
Después de un final abrupto y triste en la empresa donde estuve más de diez años, encontré un nuevo trabajo en una clínica oftalmológica. Si, no es coña, en una clínica oftalmológica. Básicamente me tenía que encargar de la administración, de cobrar a los pacientes, de darles información (escrita) sobre pre y post operatorios y demás. También era un poco "chico para todo" y lo mismo cambiaba bombillas que acompañaba a señoras medio ciegas a coger un taxi. Puede parecer que era un curro de tocárselos a dos manos y ser invencible al solitario y al buscaminas, pero nada de eso. Había mucho movimiento y no tenía casi tiempo ni de echar un mísero pitillo. Eso sí, los viernes por la mañana no había pacientes, se desayunaban bollos en condiciones y a las 2 a casita.
Pero lo mejor de todo eran los famosos. Resulta que el doctor era el oftalmólogo de los vips. Actores, cantantes, escritores, periodistas, ex deportistas y faranduleros en general. No voy a poner nombres por si aparece por aquí la Agencia de Protección de Datos y me empapela, pero os diré que el que mejor me cayó y el más normal (casi todos lo eran salvo alguna excepción) fue José Coronado. El caso es que el buen doctor, además de oftalmólogo de cabecera, era íntimo de la familia Preysler. Conocí a Doña Beatriz, la madre, un encanto de señora que cada vez que venía traía regalos para el personal, y a Tamara, que además de hablar en un idioma parecido al castellano, o sea, y de haber sufrido una revelación mariana que ni Pitita Ridruejo, tiene unas piernas dignas de desfile de Victoria's Secret. Voto SI.
En fin, que vamos al asunto. Andaba yo cobrando a algún pobre cegato al que habían sacado la pasta (no los ojos, que el doctor era realmente bueno) cuando veo que me llama el doctor in person. "Santi, deja todo lo que estés haciendo y prepárate que viene Isabel Preysler".
No pasan ni cinco minutos cuando suena el timbre. Le digo a mi compañera Patricia, la de recepción, que abro yo. Allá que me voy ajustándome la corbata como si fuera Alessandra Ambrosio o Lily Aldridge la que fuera a entrar. Y no. Ni la Preysler, ni Alessandra ni Lily. Un informático (porque no podía ser otra cosa que informático) con estrabismo. Joder. Falsa alarma. Pues me fumo otro piti y así compruebo que sigue despejado de periodistas y fotógrafos. Nada más encender el Camel se pone a llover. Pero con ganas. Yo estoy a cubierto bajo el saliente del edificio, pero la gente empieza a correr. En esto me da por pensar que quién
Vuelvo a entrar. Vuelven a pasar cinco minutos. Vuelven a llamar al timbre. Vuelvo a abrir. La Preysler. Lo primero que dice tras un "Hola" más frío que el campo de Getafe es que "me había dicho (nombre de pila del doctor) que no había periodistas y está la calle llena". No puede ser. Que no. Que no, coño! Que acabo de entrar y no había nadie! Ni repartidores de panfletos, ni hombres cartel de Compro Oro, ni turistas con bolsas. Ni siquiera los plastas de Acnur. Todo esto lo pensé pero no lo dije, claro. De hecho no pude decir nada. Balbuceé algo incoherente, como ese del anuncio del seguro, y le dije que el doctor la estaba esperando. Mientras se dirgía a la consulta (no voy a describir ahora cómo era el edificio, pero el resto de pacientes no la vio), salí a la puerta a ver si era verdad lo de los periodistas. Y lo era a medias. En la calle, que no he dicho que era peatonal, había dos fulanos empuñando unas cámaras junto a dos bicis. Y seguía cayendo más agua que en Vigo en un año.
Me vuelvo a mi mesa dándole vueltas al coco cuando me llama La Jefa. Casualmente es la mujer del doctor. Casualmente antes era enfermera de la clínica. Casualmente es una
Pasada una hora, en la que estuve jurando una venganza secreta, llama el doctor. "Siguen los fotógrafos fuera?". Si, dije sin molestarme en asomarme para comprobarlo, ahí siguen. "Bueno, pues bajamos ahora por la escalera interior y salimos por la puerta de atrás. Ve llamando al chófer de la señora para que entre por la calle de atrás y esté preparado". Llamo al chófer. Ok. Bajan el doctor,
Abrimos la puerta de atrás, el doctor me da un paraguas, lo abro, la Preysler me coge del brazo y como si fuera un gigoló la llevé hasta el coche. A todo esto los fotógrafos estaban en la acera de enfrente dándole a la cámara como yo al pinball en los billares del al lado de mi colegio. Ella entró elegantemente en un Audi A6 y yo entré en la clínica esperando una bronca. Nada más cerrar la puerta me dice el doctor "estupendo Santi, has estado genial. Muy bien tapada la cara con el paraguas. Y tranquilo que ya sé que a los fotógrafos los ha llamado ella, siempre lo hace. Mañana nos vemos". Tardé en reaccionar, pero estuve a décimas de segundo de ponerme como Sergio Ramos después de marcar en la final de Champions en la cara de la
La semana siguiente esperé a que llegara el correo con todas las revistas que iban a la sala de espera. Me las leí todas, del Hola al Pronto, y allí no había ni rastro de la Preysler. Normal, pensé, no van a sacar a la Preysler con el calvo gordo ese, que a saber quién es. Pero luego dije: qué coño! la tapé tan de puta madre que no se le veía el careto!!
Así que salí a la entrada, me encendí un pitillo y me puse en el iPod esta canción que el artista español más grande le dedicó a la Preysler.
No te jode, la China!!